jueves, febrero 14, 2008

Siempre nos enamoramos del exterior

Hace sólo unos día decía que la Belleza interior no existe, que solamente existe la Belleza exterior. Hoy, el mejor día para hablar de esto, voy a seguir a aplicando mi fenomenismo impenitente en este caso al amor.

Una de los repetidos tópicos a la hora de hablar del amor, nos dice que enamorarse es enamorarse del interior de las personas. Mantengo la tesis opuesta, que es la que intentaré mantener: siempre nos enamoramos del exterior.

Hace más de doscientos años, Kant nos mostró sin lugar a dudas que el acceso a las cosas en sí, lo cual llevado al plano de los seres humanos no quieres decir otras cosas que sólo podemos conocernos directamente a nosotros mismos, mientras que a los demás solamente podemos conocernos a partir de su interacción con la realidad.

Cuando conocemos a alguien, cuando nos enamoramos de otra persona no es porque el interior de esa persona nos sea accesible, sino por las manifestaciones externas que recibimos de esa personas. La forma de ser de ninguna persona puede ser cognoscible por otro. Lo que es para nosotros la forma de ser de los demás no son más que inferencia que hacemos a partir de los actos externos que podemos observar sensorialmente.

Un conjunto de inferencias nos hace construir un constructo para dar una explicación a cómo es el otro; a ese constructo se suelen añadir una serie de “prejuicios” tanto sociales como personales. Las inferencias que dependen de actos externos y por tanto tienen sus limitaciones. Si las inferencias no tuviesen margen de error, entonces el engaño sería imposible.

Nos enamoramos del constructo de una persona que elaboramos de esa persona a partir de las acciones perceptibles de esa persona.

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