lunes, febrero 04, 2008

El amigo de mi enemigo es mi enemigo o del sinsentido de que los obispos te apoyen

Recojo una propuesta de Egócrata para hablar del valor del apoyo de la Iglesia Católica al Partido Popular en el proceso electoral que vivimos. Decía con mucha razón que ese apoyo denodado de la Iglesia al Partido Popular es un apoyo que puede ser envenenado.

Entre los ciudadanos, según el estudio del BBVA de hace unos meses, la Iglesia Católica es la institución menos valorada, lo cual en nuestro país, tan poco amigo de las instituciones y tan fanático por trabajar en una ella, es todo un mérito.

En política hay un criterio simple y peligroso pero que funciona con más asiduidad que la deseable: “el amigo de mi enemigo es mi enemigo”. Si la Iglesia Católica es la institución que peor cae a los ciudadanos, todas las instituciones que ella apoye pública resultarán contagiadas por ese rechazo. No sé la distribución del rechazo, pero me temo que la Iglesia acumula además muchas valoraciones mínimas, por lo que su capacidad de movilizar en contra es mucho mayor que la de movilizar a favor o de producir indiferencia.

En el caso de ser yo un dirigente político, nunca querría el apoyo de alguien a quien los ciudadanos no valoran positivamente. Es como si quieres ser el delegado de clase y te apoyan los alumnos más pelotas.

Decirse católico es fácil pero es fácilmente constatable si hay una diferencia entre lo que se dice que se es y la relevancia que esa creencia religiosa tiene en la propia vida. Recuerdo un estudio de Tornos y Aparicio que mantenía que el ideal católico era valorado por la mayoría como un comportamiento propio de sectas. Y todo esto sin tener en cuenta el número de los que se consideran ateos o agnósticos, que la llega a la cuarta parte de la población.

Los matrimonios religiosos bajan, incluso los bautizos, las prácticas religiosas van en descenso continuo y las incorporaciones de más recursos humanos a las filas del sacerdocio y de las congregaciones religiosas son gotas contadas. Los mandatos de la jerarquía en materia sexual no llegan ni a la categoría de meras orientaciones para la inmensa mayoría de los españoles.

Si pertenecer a una confesión religiosa no es solamente decir que se pertenece, o estar inscrito en un registro religioso, sino llevar un estilo de vida conforme a esas creencias, el número de católicos baja espectacularmente.

Como también dice Egócrata, la constante intervención de los obispos en la escena política quita otros temas del debate. La intervención de los obispos centra la vida política sobre cuestiones que ningún gobierno va a alterar como es el divorcio o el aborto y sirve para que muchas personas se movilicen en contra de la Iglesia y aplicando el principio antes citado, apoyando a los atacados por la Iglesia. La intervención de los obispos permite a la izquierda moverse en el terreno de los principios, en el que a día de hoy en España tiene superioridad sobre la derecha.

Pero el problema no es sólo para el Partido Popular y los apoyos sospechosos, por más que piensen que la Iglesia tiene mucha influencia internacional, sino para la propia Iglesia. Entre los votantes y militantes del PSOE hay un nivel de práctica religiosa y de implicación en las parroquias mayor a la media nacional. Esos fieles activos que votan a los socialistas o que son socialistas se ven insultados por su propia jerarquía, cuando ellos tendrían argumentos más que sobrados, conocidos de primera mano, para decirles tres verdades a esa misma jerarquía.
Esta caída descaradamente partidista de la Iglesia puede provocarle serios problemas internos.

Su pequeña influencia puede caer aún más, corriendo el peligro de identificarse tanto con una opción política tan determinada y tan extremista que la percepción social vincule indisolublemente la pertenencia a la Iglesia con mantener simultáneamente esa misma opción política.

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