sábado, febrero 09, 2008

Ser romántico es caro

Cuando oigo hablar de Romanticismo o de romántico se me viene a la cabeza la Universidad de Jena, la literatura de buena parte del siglo XIX o la figura de Lord Byron muriendo en Grecia mientras este país luchaba por su renacimiento como comunidad política independiente del Imperio Otomano. El romanticismo es para mí un movimiento cultural que exalta lo vital, quiere recuperar el pasado que a su vez idealiza, hace al sujeto protagonista de la historia y persigue lo genial en la creación artística.

Rápidamente mis imaginaciones sobre este movimiento cultural se desvanecen cuando compruebo que romántico significa otra cosa, que es una caricatura de lo que fue el Romanticismo y lo romántico. Lo romántico se ha convertido en una especie de sensiblería encaminada una concepción que reduce el amor al proceso de enamoramiento.

El saber popular dice que algo romántico es regalar flores, cenar en una terraza con la torre Eiffel de fondo, un viaje por islas griegas y llenar de sorpresas la vida de la amada. Esto no es solamente una indigesta transmutación sino que todo a lo que normalmente se le llama romántico es algo caro.

La exigencia de ser romántico a la pareja es un lugar común, pero lo que nadie cae en la cuenta que es la cena en una terraza con la torre Eiffel de fondo es carísima (sin contar con el viaje a París y el hotel en la capital francesa); que un crucero por las islas griegas exige dinero y que la sorpresa constante no pueden ser regalos de plastilina.

El conjunto de comportamientos que se tienen por románticos implica tener bastante dinero para afrontar los gastos. Puede que un primer gesto romántico de poco coste sea admisible una vez, pero luego se espera un poco más y los gastos progresivamente se disparan.

Las películas, las series de televisión y las novelas rosas transmiten un ideal asociado a tener dinero para poder satisfacer las exigencias románticas.

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