domingo, febrero 03, 2008

Las cumbres internacionales

Las cumbres entre dirigentes internacionales son una novedad en las relaciones internacionales que el siglo XX propició. Antes, con excepciones, las negociaciones internacionales la realizaban los diplomáticos establecidos en las respectivas capitales y, de vez en cuando, se reunían en conferencias diplomáticas multilaterales. Las conferencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial y los encuentros entre los presidentes norteamericanos y los líderes soviéticos consagraron esta forma de ejercer la diplomacia.

Las cumbres han pasado de ser algo extraordinario a ser algo cotidiano. Ahora todos los países y organizaciones internacionales tienen en su agenda una cantidad de cumbres que las hacen poco operativas y muy molestas. Todo ha llegado a tal punto que en España también hay cumbres entre presidentes autonómicos y alcaldes de todo pelaje.

¿Son útiles tantas cumbres? La respuesta es que la generalización de éstas supone un gasto extraordinario no sólo de dinero, sino sobre todo de tiempo. Cuanto mayor es el número de participantes, es menor el intercambio informal, que es de lo que se trata y más lo que se dedica a discursos protocolarios y actos ceremoniales.

Junto a esto hay que señalar que las medidas de seguridad, más vez más intensas, hacen que una cumbre en una ciudad sea más una desgracia que un momento para que ésta brille en la escena internacional.

Los mismos desarrollos tecnológicos que posibilitaron la diplomacia de las cumbres, han conseguido hacerlos innecesarios. Podemos y debemos volver a la diplomacia tradicional, la que se hace en las embajadas y en las representaciones ante las organizaciones internacionales.

Los dirigentes internacionales quieran hacerse la foto en la firma de un tratado, pueden encontrarse a primera hora de la mañana y estar en casa para el mediodía. También les propongo que los respectivos ministros de asuntos exteriores se hagan cargo de la representación internacional, que para eso son ministros de exteriores. Si el gusto por las relaciones exteriores deviene de los problemas en la política interna, en vez de refugiarse en viajes al exterior, bien pueden dimitir y dedicarse a hacer turismo.

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