sábado, noviembre 18, 2006

El informalismo

(a petición y en honor de Jaume)

Las formas son los límites de nuestra conciencia que proyectamos en la realidad. Los límites no son ontológicos, sino hermenéuticos, es decir, son consecuencia de nuestra relación con la realidad, una relación culpable por aceptar unos límites autoimpuestos en la relación fáctica y existencial.

La Modernidad ha separado la conciencia humana de la realidad. La Modernidad ha destrozado nuestra relación con las cosas en miles de representaciones mentales, diciéndonos que nosotros y las cosas somos diferentes, que hay un abismo de las mismas dimensiones que el Platón introdujo entre lo sensible y lo eidético. En sus últimas consecuencias, la Modernidad y sus epígonos no son más intentos de reproducciones del Platonismo con un barniz de actualidad.

Los seres humanos hemos repudiado a la realidad. La Belleza era vista como algo externo, como un producto que el ser humano sólo puede imitar o reproducir torpemente. La Belleza era un a priori de la realidad, pero nunca un a priori humano. Lo humano es llevo cuando deje de ser humano, cuando se convierte en realidad, en naturaleza, en universo, porque el fondo del ser humano es una manifiesta incapacidad para ser creador de nada. El creador lo creó todo, nosotros hemos recibido el dudoso honor de ser imitadores de la creación.

La renuncia a las formas es también una renuncia a los límites y las fronteras entre la realidad y el ser humano. No aceptamos la división no porque queramos ser originales, ingeniosos o intrépidos, sino porque tenemos un vínculo radical con la verdad de las cosas y no con la verdad del conocimiento. La separación es falsedad, la categorización no es más que otorgarle sinónimos a la palabra “mentira”. La creación no está concluida, todo lo contrario, la creación no ha empezado, porque es el ser humano no sólo el hacedor de la realidad, sino sobre todo el único generador de la Belleza.

La creación de la Belleza no es una actividad de la conciencia, es una actividad del ente que radicalmente somos, del ente deviniente e indeterminado, informalizado y sólo falazmente formalizable. Así lo que somos y lo que es la realidad conforman un rito de procreación, lascivo y primigenio, cuyo vástago es la reproducción en Belleza de ellos mismos.

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