martes, noviembre 07, 2006

De niñatos a jubilados (una aportación para la Sociología Política)

No descubro nada nuevo si digo que en España los dirigentes políticos entran y salen demasiado jóvenes del poder. El Franquismo nos ha causado un trauma en el inconsciente colectivo consistente en la aversión a los políticos mayores, a causa de la gerontocracia dominante en aquel régimen, y exige a las fuerzas políticas una renovación constante en los cuadros dirigentes ya que si hay algo que el electorado español no perdona es el paso del tiempo. Los políticos españoles comienzan a desempeñar altos cargos públicos a una edad muy temprana y terminan cuando la madurez puede que esté produciendo sus mejores frutos, sin casi experiencia en puestos de gestión intermedia.

La relación de los Presidentes del Gobierno desde 1976 nos puede iluminar en las afirmaciones anteriores. Adolfo Suárez comenzó su presidencia a los 44 años y la concluyó a los 49 años; Felipe González fue investido Presidente a los 40 y dejó la presidencia a los 56 años; José María Aznar asumió el cargo a los 43 y los abandonó a los 51 años; José Luis Rodríguez Zapatero fue elegido Presidente a los 44 años. La excepción la marca Leopoldo Calvo Sotelo (de los 55 a los 57 años), pero el hecho de que fuese Presidente por la dimisión de Adolfo Suárez y que nunca se presentara a los comicios como candidato de su formación refuerza la explicación antes expuesta.

Este fenómeno conlleva dos consecuencias: a la primera ya hemos hecho referencia, que es que muchos dirigentes políticos asumen los más altos cargos sin ninguna experiencia administrativa, profesional ni empresarial y cuando han adquirido esta experiencia tienen que dejar sus cargos; transformándose la “carrera política” en una carrera de velocidad y no de fondo, como debería ser. La segunda consecuencia es que este sistema genera jubilados excesivamente jóvenes, que son un problema tanto para sus formaciones políticas como para el sistema en general, porque tienen un gran peso dentro de sus formaciones y suelen acertar en el análisis de las circunstancias de sus formaciones. Sus ex compañeros no saben cómo quitárselos de encima y ellos se sienten más capacitados que nunca. Junto a todo ello desechamos a las personas cuando realmente empiezan a estar capacitadas y a tener una experiencia válida para la vida política.

Esto no se soluciona por medio de normas legislativas, como sería solicitar una edad mínima para determinados cargos, lo cual correría además el riesgo de ser inconstitucional. El cambio de tendencia debe darse en la sociedad, pasando por una revalorización tanto de la edad como de la experiencia. Nos serviría para que el aprendizaje de la política y de la gestión política no tuviese que hacerse durante el ejercicio de los altos cargos (cuya finalidad no es formativa) y para aprovechar el bagaje de los que ya han desempeñado un conjunto inestimables de puestos de responsabilidad, sin tener que jubilarlos políticamente a una edad excesivamente temprana.

La política y la gestión de lo público no es una pasarela de modelos. Hoy más que nunca la imagen prima en la vida política, pero la imagen valorada es la imagen que se quiere, por lo que si se produce esta trasvaloración, será posible que la imagen valorada sea la de la experiencia.

No hay comentarios: