miércoles, junio 27, 2007

Renacimiento ferroviario

Es verdad lo que dice la letra de la célebre canción: “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Cuando comenzaba el tercer cuarto del siglo XX parecía que el dominio de la aviación en el transporte de personas iba a ser incontestable, incluso dentro de las conexiones locales, ya que los altos precios de la gasolina y el estado del tráfico (y en España, al menos, el estado de las vías) desaconsejaba el automóvil, que se pensaba que se quedaría restringido a los cortos desplazamientos. El ferrocarril estaba muriéndose y muchos tenían ya preparado su sala en el correspondiente museo de antigüedades de la época industrial.

Todo parecía claro hasta que los franceses pensaron que un tren de alta velocidad podía revolucionar el mundo del transporte de viajeros. Nació el tren de alta velocidad que demostró las debilidades del entonces todopoderoso transporte aéreo. Evidentemente los trenes no podían competir con los aviones en velocidad ni en el tiempo invertido en un trayecto desde su despegue al aterrizaje, pero había elementos en los que sí eran competitivos tanto económicamente como en el tiempo necesario para algunos desplazamientos.

Los aeropuertos por motivos de seguridad y de precio de los terrenos normalmente se encuentran a bastantes kilómetros de los cascos urbanos, de forma que hay que invertir un tiempo en llegar al aeropuerto y por tanto, se debe añadir un gasto adicional al precio del billete aéreo. Junto a ello, y debido a la idiosincrasia de las empresas aéreas y a esas tradiciones incomprensibles, hay que facturar el billete al menos una hora antes de embarcar y el embarque se produce con mucha antelación al despegue, por lo que si un vuelo sale a las once de la mañana, lo sensato era estar en el aeropuerto a las ocho y media o nueve. Para colmo de incomodidades hay que indicar que las líneas aéreas se han acostumbrado a emitir más billetes que asientos disponibles (práctica que fue legalizada en un principio sin restricciones), por lo que si ya se estaba en el mostrador de facturación antes de que éste abriera, pues más tiempo de espera.

Por el contrario las estaciones de ferrocarriles se encuentran en el centro de las ciudades, muy accesibles y a un precio muy económico. Los billetes de los trenes de alta velocidad son elevados, pero competitivos con el coste total de un vuelo en avión en un trayecto de recorrido mediano.
Se puede llegar a la estación cinco minutos antes de la salida, no hay que facturar y el tren deja al pasajero en el centro de la ciudad de llegada. El tiempo emprendido desde que se sale de casa hasta que se llega al destino es menor que el que se tendría que invierte en un trayecto aéreo.

Para remate de ventajas, hasta ahora al menos, no se ha permitido vender más pasajes que plazas, por lo que tendiendo un billete, se sabe que se tiene un asiento asegurado (cosa que puede que llegue salvo que la liberalización ferroviaria traiga este mal a donde no existe).

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