martes, diciembre 25, 2007

Tipología del comprador de libros

Existen tres tipos de compradores de libros. El comprador lector, el comprador bibliotecario y el comprador decorador.

El comprador lector es aquella persona que solamente compra lo que piensa leer inmediatamente o justo cuando acabe el libro que tiene entre manos; comprar un libro y no leerlo es como comprar leche y tomársela; tiene la sensación de que el libro que es leído poco después de su adquisición, caduca y se pudre. El hecho de gastarse una cantidad de euros que normalmente no es pequeña para el bolsillo medio, le crea una ansiedad que sólo puede soslayarse con el consumo inmediato de lo comprado. Por ello, en el caso del comprador lector, existe una correlación entre su situación o sus circunstancias personales y el libro que compra, ya que el libro tiene que adecuarse a sus necesidades vitales, así como al tiempo disponible. El comprador lector sigue vivamente los consejos de otros compradores lectores y también él es fuente de consejos, porque no se puede permitir una fallo en la compra de un libro y, solidariamente, no quiere que nadie lo cometa.

El comprador bibliotecario es el que además de lector es comprador de libros que sabe que no va a leer rápidamente sin una buena causa, y que sin ella la lectura puede aplazarse. Sus criterios de compra nada tienen que ver con su momento personal, pues le interesa completar obras de determinados autores, abrir secciones en su biblioteca personal sobre temas de su interés o atesorar diversas traducciones al castellano de algunos libros que considere importantes. Su situación personal casi nunca tiene que ver con los libros que compre. El comprador bibliotecario tiene un nivel adquisitivo que le permite la compra continua de libros y la cultura suficiente para saber discriminar entre lo que a seguir teniendo vigencia y entre lo pasajero, cuáles son obras clásicas en las materias de su interés e incluso un instinto para lo frívolo o extraño. El comprador bibliotecario lee temáticamente (es muy consciente de que los libros no se volatilizan solos) y, a veces obsesivamente, hasta el punto de agotar razonablemente un aspecto, personaje o cuestión.

El comprador decorador no merece más comentario que decir que es aquella persona que compra libros para rellenar muebles y estantes, independiente del contenidos de las obras, lo importante es que sean vistosa su encuadernación y uniformes en su lomo. No piensa leer lo que compra y la compra es ocasional, probablemente una vez en la vida. Entraría en este tipo el que compra para regalar, aunque él nunca lea.

Los compradores bibliotecarios son pocos, pero gastan mucho; los compradores lectores son muchos y gastan relativamente pocos, pero su suma hace que tengan el papel preponderante en la estrategia comercial de las grandes editoriales, que está pensada para ellos, mientras que otro sector editorial, más especializado, se centra en los compradores bibliotecarios.

Obviando al comprador decorador (que nunca leerá lo que compra), un encuentro entre un comprador lector y un comprador bibliotecario puede ser frustrante. Ambos coincidirían en un sincero y honesto gusto por la lectura, pero rápidamente comprenderían que a lo que el uno y otro llaman “lectura” es algo absolutamente diferente. El comprador lector dirá del comprador bibliotecario que es un pedante y el comprador bibliotecario dirá del comprador lector que es un superficial. Ambos juicios equivocados, porque la lectura para cada uno de ellos es algo diferente porque cumple funciones tan diferenciadas que pueden que no tenga otra cosa en común que el simple hecho de pasar los ojos sobre unos símbolos en un orden determinado sobre un soporte físico.

Ésta es una de las facetas maravillosas de la lectura, que no tiene que ser lo mismo para todos, ni siquiera un mismo texto tiene que significar forzosamente lo mismo para todos sus lectores.

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