domingo, diciembre 23, 2007

"El Estado Cultural" de Marc Fumaroli


MARC FUMAROLI: El Estado cultural. Ensayo sobre la nueva religión moderna. (Acantilado, Barcelona, 2007).

Marc Fumaroli es un intelectual francés, miembro de casi todas las instituciones académicas excelentes de Francia. Hace unos años provocó una gran polémica al cuestionar una de las facetas más características de la sociedad francesa: su política cultural.

La tesis que mantiene Fumaroli es las artes y las letras han caído dentro de un concepto extraño a la cultura francesa, el concepto de cultura, y que la cultura ha sido sometida al Estado de tal forma que en la actualidad las artes y las letras no se pueden concebir fuera de la acción pública.

Esto plantea uno problemas tanto para los escritores y los artistas como para los que se acercan a sus obras. Un problema ético, estético y político. Mantiene que las artes y las letras ya no actividades libres, sino que forman parte de un culto político, de una nueva forma de religión. Todo este fenómeno recibe el nombre de “Estado cultural”.

Raíces del Estado Cultural

El “Estado Cultural” tiene su origen en la idea de que la ausencia de una política cultural. Esto produjo que, salvo excepciones, Francia fuese un completo desierto cultural con un grandioso oasis en París. La primera apreciación de desierto cultural la encuentra Fumaroli en el libro La república y las bellas artes, de Jeanne Laurent.

Luego realiza todo análisis de la asociación Francia Joven, oficial en la Francia de Vichy, y su intento de organizar la cultura. En mi opinión las páginas que Fumaroli le dedica a esta asociación son desproporcionadas sobre todo cuando la asociación prácticamente fue un plan, muchos papeles y casi ningún hecho en sus escasísimos años de existencia. La intención es clara cuando aparece el nombre del pensador Emmanuel Mounier vinculado a esa asociación. No sé qué opinión tiene el autor sobre el Personalismo y tampoco me importa (su opinión y el Personalismo), pero me suena mal, a uno de eso ajuste de cuentas con un pensador o sus seguidores a costa de un pecado de juventud, y más cuando Mounier fue perseguido y procesado por el régimen fascista de Vichy.

Si Laurent sale un tanto indemne del ataque de Fumaroli, quedando como una especie de chica que no sabía muy bien el monstruo que estaba creando, y Mounier recibe una arremetida “ad hominem” vestida de argumentos intelectuales, el verdadero demonio y padre de todos los errores es André Malraux.

André Malraux fue la persona que propuso la creación de un ministerio específicamente en Francia y también, como era lógico, fue el ministro de esa cartera recién estrenada. Fumaroli escudriña en la obra literaria de Malraux, que fue premio nobel de Literatura, para buscar las líneas en las que se demuestre que lo que él llama el “Estado Cultural” estaba ya allí desde el principio.

Morfología del Estado Cultural

Fumaroli empieza a lo grande, negando la mayor, como haría un escolástico para humillar a su oponente en un debate académico. Niega que el concepto “cultura” sea un concepto francés (por lo visto a él le importa mucho que los conceptos sean franceses o no). Ciertamente el concepto “cultura”, tal y como lo entendemos hoy, es de raíz germánica y fue empleada por el Romanticismo para describir los “productos del espíritu” de un pueblo determinado. Fumaroli contrapone el concepto “cultura” a lo que él considera la denominación francesa, “las artes”, más plural y más liberal frente a la definición pretendidamente unívoca del concepto alemán.

Un concepto uniforme de cultura permite la consideración homogénea de todos los fenómenos que se encuadran dentro de ésta, de toda la extensión del concepto, convirtiéndose en una dimensión más para la acción humana, ya que la extensión tenderá a perder diversidad impelida por la intensión (las características definitorias) del concepto.

¿Quién define cultura? La respuesta de Fumaroli es sencilla y clara. La cultura es definida por el poder. Lo que eran artes y humanidades, en plural, se convierte en algo singular que puede ser dirigido. Pero esto no es lo peor, para Fumaroli el dirigismo cultural conlleva a la ideologización de la cultura y cierta presentación orgánica de ésta, siendo cultura lo que realizan los órganos culturales oficiales.

Se separa la educación de la cultura. Fumaroli fecha esta ruptura en la creación del Ministerio cultural que dirigiría Malraux. Hasta entonces la administración cultural (Museos, Patrimonio y Monumentos, Conservatorios o Teatros Nacionales), que a Fumaroli le cuesta reconocer su previa existencia, estaba subordinada administrativamente al Ministerio de Educación.

La separación administrativa de la administración cultural de la administración educativa representa para Fumaroli algo más que una simple reorganización de las competencias ministeriales, sino que es la manifestación de la disociación entre cultura y educación como dos terrenos que nada tienen que ver y que incluso pueden tener enfrentamientos.

Fumaroli sostiene que el ideal francés, republicano y liberal, ha sido que cualquier ciudadano puede tener la educación de los príncipes del “Antiguo Régimen”. Toma la crisis educativa francesa y la ve causada por la separación de educación y cultura, en lo que creo que es una extrapolación injustificada.

El autor no se arredra ante la acusación de que tiene una concepción elitista de lo que llamamos cultura. Él dice que sí, que la tiene y que la cultura es siempre elitista.

La cultura del “Estado Cultural” es una cultura de masas, una cultura para todos en el sentido de asimilable por todos, no de accesible a todo el que quiera. Que sea una cultura de masas tiene dos características básicas: prima lo emotivo sobre lo racional y el momento cultural preeminente es la fiesta, en la que la masa se puede expresar como tal.

Lo que desde tiempos de Malraux se considera “cultura”, además de estar destinada a la masa, no es más que un producto comercial más. La política cultural de los primeros tiempos de Malraux en la actualidad se transformado en un marketing cultural, en la elaboración de unos productos con la marca “cultural”, destinados a un consumo también masivo y fácilmente digerible.

Nos encontramos ante una cultura de “prêt à porter”, pero con mala conciencia. Fumaroli no ve diferencia otra entre espectáculos montados en El Louvre o las reproducciones de Las Vegas que en la ciudad americana son conscientes de que lo que hacen es espectáculo y no cultura, mientras que en El Louvre quieren hacer pasar por cultural lo que es únicamente un espectáculo.

Vivimos, en opinión de este académico francés, la vacuidad de lo cultural. Es por ello que el edificio del museo es más importante que el contenido y sobre la pretensión de no encerrar la cultura entre cuatro paredes los límites del museo se han diluidos en centros y en unos entes todavía más abstractos: los espacios culturales.

Llegados a este punto tocamos unos de los aspectos fundamentales del “Estado Cultural”, que es la sustitución que la cultura hace de la religión dentro de la sociedad francesa. Fumaroli habla de “religión de sustitución” en cuanto proporciona un calendario y unos acontecimientos de fusión que permiten una trascendencia a todos los públicos, aunque sea al precio de la adulteración de lo que se ofrece. Los partícipes creen acceder a unos terrenos de profundidad cultural cuando realmente son componentes de una gran farsa.

El fracaso del estado cultural en su intento de democratización: los elementos culturales les siguen interesando a las mismas minorías que antes de la aparición del Estado cultural. Las manifestaciones culturales han sido como llevar a no aficionados al deporte a los acontecimientos deportivos.

El “Estado Cultural” ha fracasado en su intento de democratización de la cultural, ya que Fumaroli mantiene que los elementos culturales les siguen interesando a las mismas minorías que antes de la aparición del Estado cultural. Lo que se ha hecho es algo así como llevar a no aficionados al deporte a los acontecimientos deportivos.

La idea de que es una religión de sustitución la encuentra Fumaroli en la noción de creación cultural. Mantiene que el arte no ha sido creativo hasta el siglo XIX, cuando también nace el concepto de “cultura”. Afirma el académico francés, muy intuitiva y acertadamente, que la “creación cultural” es la secularización del concepto teológico de creación y que hasta el siglo XIX solamente era una acción divina. Ahora hay creación cultural también hace realidad a partir de la nada (“creatio ex nihilo”).

Esta religión cultural es una cultura siempre en contra de algo. Nace del desconcierto ante el triunfo de las democracias liberales: desconfianza ante los EEUU y simpatía por la URSS, ya que la cultura de masas es la propia de regímenes totalitarios y no casual que apareciera en Francia bajo el gobierno de Vichy. Se ha intentado un “tercera vía francesa”: capitalismo dominado por la tecnocracia estatal o comunismo atenuado por la cultura.

La administración cultural se ha convertido en un fin en sí misma, dada la vacuidad a la que la cultura ha llegado. La administración cultural de todos los niveles, mantiene Fumaroli, habla en cultura un lenguaje que sencillamente es irrelevante para los ciudadanos. La manifestación más clara de este fenómeno la encuentra el autor en el hecho de que haya más burócratas culturales que artistas.

No yerra Fumaroli al ver en la Televisión el instrumento privilegiado de transmisión cultural de nuestros días. Acepta que en este asunto el poder se encuentra muy dividido, precisamente por su fuerza y trascendencia, de forma que se puede mantener que en Francia existen cuatro centros de poder cultural, atendiendo a la capacidad de dirección o influencia sobre las televisiones y a algunas capacidades administrativas entrecruzadas; estos son la Presidencia de la República, el Ministerio de Obras Públicas, el Ministerio de Cultura y el Ministerio Delegado de Comunicación.

La televisión francesa se encuentra bajo tutela. Es una televisión censurada y dirigida, aunque esto sea indirectamente y manteniendo las formas. Fumaroli hecha de menos los primeros intentos de transmisión de cultura fuerte a través de la televisión que sí serviría, en su opinión, para democratizar la cultura.

Modelo liberal

Es evidente que el modelo que propone Fumaroli como contrapuesto al “Estado Cultural” es el propio del Liberalismo francés, es decir, una Liberalismo no tan liberal como el anglosajón.

No tendría que ser el Estado el que determinara, a través de sus subvenciones y de las programaciones de sus instituciones, qué es bueno y qué no lo es, qué es arte y qué no lo es, qué merece ser protegido y qué no. La creación cultural y más específicamente la artística debe estar en manos del creador y relacionarse libremente dentro de una “República de las Artes y las Letras”, sin interferencias externas y menos políticas.

Considera que el nacimiento y el desarrollo del “Estado Cultural” no es responsabilidad ni de la izquierda, ni de la derecha, ya que en ambas tendencias políticas encuentra Fumaroli tantos defensores del “Estado Cultural” como críticos de posiciones radicalmente excluyentes. Lo que sí concreto que si bien fue obra de un gobierno de derecha, el De Gaulle con Malraux al frente, el “Estado Cultural” tal y como se conoce en Francia es llevado a su apoteosis por los gobiernos socialistas de Mitterand.

El papel del Estado en ese Liberalismo que mantiene Fumaroli es garantizar la capacidad de elección cultural, especialmente mediante la entrega de instrumentos a los ciudadanos durante el proceso educativo. Por lo que educación y cultura siempre han de ir de la mano, ya que sin la primera, la segunda no tiene la más mínima oportunidad.

Mantiene que en último extremo, el ideal cultural no es compatible con los espectáculos, los acontecimientos o las manifestaciones de masas, sino que tiene mucho más que ver con el “ocio estudioso” de Erasmo de Rótterdam. En lo referente a la finalidad de la creación cultural, y la artística específicamente, considera que será moderna, y por tanto tendrá sentido, si saca lo bello de lo actual, para lo que propone a Baudelaire como modelo a seguir.

Valoración

Fumaroli es una perfecta expresión de la expresión escrita de los intelectuales franceses. Se ven forzados a demostrar continuamente su inmensa erudición contra la propia claridad e inteligibilidad del texto, desapareciendo todo intento sistemático en un tema que lo pido, necesita y por su interés lo merece. A veces uno duda si esta ausencia de sistemática es una opción o una incapacidad. La erudición desmadrada tiene una segunda consecuencia maléfica que es la dichosa manía de remontarse al principio de los tiempos para explicar cualquier fenómeno histórico o contemporáneo.

Bien visto el libro de Fumaroli no es ni tan novedoso en su fondo, ni en sus análisis. Lo único nuevo lo encontramos en la temática: la cultural. ¿Por qué digo esto? Fumaroli reproduce en el ámbito cultural el mismo debate que a nivel económico, jurídico y político se ha dado entre las tendencias liberales y las socialdemócratas.

Buena parte de las constataciones fácticas de Fumaroli son ciertas y por tanto irrebatibles, pero sus interpretaciones no lo son tantos. Me centraré en algunos de los puntos.

Una concepción liberal de la cultura, o de las artes, tiene los mismos problemas que cualquier otra forma de liberalismo: la creencia ciega en la bondad del mercado (“República de las artes” en la terminología de Fumaroli), la creencia de la posibilidad de un mercado perfecto con igualdad entre los diferentes actores (la valoración “del mérito artístico”) y la consideración de la labor marginal del Estado como garante del soporte donde desarrollarse el libre comercio. El mercado no es bueno “per se”, el mercado tiene disfuncionalidades comprobadas y hay una ideología detrás del propio mercado, que dejaría la determinación de la cultura únicamente a los actores económicos más poderosos, creando una cultura defensiva de su propio dominio.

El Neoliberalismo ha sido un caos económico donde se ha tenido la mala fortuna de dejarlo actuar; nada nos autoriza a pensar que el Neoliberalismo cultural de Fumaroli vaya a producir otros resultados diferentes al de su padre económico. Sí tiene razón al señalar los excesos del modelo socialdemócrata, incluso en cultura, pero su aportación sólo debe ser correctora, dado que el modelo alternativo no ha mostrado ningún bien.

Una de las tesis fundamentales de Fumaroli sería desmentida con una simple estadística. La minoría que va a museos, teatros y bibliotecas es menos minoría que la que iba antes del inicio del “Estado Cultural”. Y ello es así por la acción de la educación que no está tan separada de la cultura como este autor quiere dar a entender.

Centrémonos en el caso español. Se dice que los niveles educativos han bajado y puede que sea cierto, pero esa educación de menos calidad llega a más personas que la “exquisita” del anterior régimen. La consecuencia es que los niveles de lectura han subida, aún siendo bajos, y hay más librerías y más usuarios de servicios culturales que nunca. Puede que ni los lectores ni los espectadores de teatro sean lo cultivados que Fumaroli desease, pero están tan interesados como sus predecesores.

No es cierto que su análisis no tenga carga política. La tiene y está dirigida contra los socialistas franceses y forma parte de una campaña generalizada, consciente o inconsciente, de ataque a todo lo que las dos presidencias de Mitterand hicieron en Francia. La caída política se intuye en el libro, pero se confiesa en las entrevistas.

Nunca he comprendido el nacionalismo intelectual y esto es una de las cosas que más me apartan de los planteamientos de Fumaroli. No entiendo que el término “cultura” deba ser rechazado por el hecho sencillo de no ser de origen francés (o español en nuestro caso). Debe ser rechazado o aceptado dependiendo de su fuerza y acierto intelectual. Reivindicar la propia tradición es positivo siempre que se sea consciente de que cualquier tradición es limitada y necesita préstamos de otras tradiciones.

Finalmente creo que la situación francesa no es comparable a la situación española. La administración cultural española en la Democracia ha sido poco intervencionista y muy restauradora, dado el lamentable estado en el que los dirigentes democráticos se encontraron el inmenso patrimonio histórico y cultural español. Cuando se ha restaurado casi todo lo que había que restaurar, y algo más que pasaba por allí, sí se ha comenzado con las políticas culturales de corte positivo y se han abierto cientos de espacios, centros y museos, algunos más logrados que otros, pero hacia los cuales no siento una inquina especial, posiblemente porque, como la restauración de monumentos, era algo necesario y aún no hemos caído en el “rococó” que justifica algunas de las ideas de Fumaroli, especialmente las referentes a la vacuidad de muchas manifestaciones culturales.

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