Trabajar en día de fiesta es de lo más efectivo. Cuando uno decide prescindir del hecho de que un día es de fiesta, que oficialmente no hay que trabajar y que probablemente todos los conocidos, en el mejor de los casos, estén vagueando. Como no se hace por obligación, sino por convicción, la atención se centra en el trabajo. A la concentración y al aprovechamiento ayudan tres circunstancias: la pésima oferta televisiva y de entretenimiento que hay los días festivos, el silencio que rodea a nuestras viviendas (excepto que se padezca algún botellón) y las pocas ganas de estar con los que se vive (quien tenga esta desgracia).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario