sábado, diciembre 30, 2006

Cicerón y el poder de la palabra

Marco Tulio Cicerón fue, posiblemente, el último hombre que creyó que la palabra podía modificar la realidad. Basta leer las Filípicas para comprobar la fe en los efectos de sus discursos ante el Senado o las Asambleas del Pueblo. Vivía los momentos de derrumbe de la República romana, después de una agonía de más de un siglo.

Todos los sectores de la sociedad romana sabían que la única salida era alguna forma de autoritarismo, en lo que se diferenciaban era tanto en la persona que había de encarnar y en los acentos de nueva forma de gobierno. Los ensayos autoritarios anteriores habían ido fracasando progresivamente. Mario, Cinna, Sila, Pompeyo o Julio César había ejercido el poder omnímodo con los engarces más variados en el sistema constitucional romana, para seguir manteniendo la apariencia de normalidad en el sistema republicano. Cicerón se enfrenta en las sesiones del Senado al último intento de autoritarismo: el de Marco Antonio.

Cicerón quiere preservar y salvar a la antigua República aristocrática con la sola fuerza de sus palabras. Sin una clientela que le apoye, sin una magistratura que le faculte a reclutar un ejército o una milicia costeada por sí mismo. Quiere convencer a los senadores y a los ciudadanos que la única forma de salvar su patrimonio político es hacer frente a cada uno de los intentos autoritarios.

Esta confianza en la palabra le costó la vida. Fue asesinado por orden de Marco Antonio. Cicerón no era ni la mejor de las personas ni el más honestos de los políticos. Más bien era una persona vanidosa y acomodaticio con las circunstancias. Pero en el momento culminante, cuando a la República no le quedaba otro asidero que su retórica, puso toda su inteligencia sobre el altar del Estado, aunque supusiese la certeza que su inmolación in ara Rei Publicae.

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