miércoles, abril 09, 2008

Contra el Pactismo como forma de hacer política

Otro de los lugares comunes de nuestra política es hablar de “pactos de Estado”. Es una reedición, dicen, del “Espíritu de Transición”. Nadie ha definido con precisión, que yo sepa, qué debería estar dentro de estos “pactos de Estado”.

Según intuyo firmar “pactos de Estado” debe ser llegar a un acuerdo en asuntos importantes como son la política territorial, la justicia, la administración, la política exterior, la educación, la universidad, la financiación autonómica y municipal, gestión sanitaria o el clásico de la política antiterrorista.

Deduzco que consideran que estas cuestiones deben basar del debate político diario, tomar una línea absolutamente invariable independientemente del partido que gobierne, ganando en estabilidad. Tengo la impresión que muchos defienden este pactismo de buena fe, pero los “pactos de Estado” o el pactismo tiene un reverso tenebroso.

Puede ser empleado por el gobierno de turno para intentar desarticular a la oposición, de forma que acordándolo todo la oposición sólo pueda ejercer su labor sobre cuestiones nimias, así como destruyéndola ideológicamente, pues eso siempre tiene más perdón para quien está en el poder.
Por otro lado puede ser una estrategia de la oposición para igualar su minoría a la mayoría del gobierno. En una negociación entre dos grandes partidos las diferencias representativas se reducen a cero. De esta forma la oposición consigue un derecho a veto que no está reconocido en nuestro sistema político.

Si la política territorial, la justicia, la administración, la política exterior, la educación, la universidad, la financiación autonómica y municipal, gestión sanitaria o el clásico de la política antiterrorista se acuerdan por medio de “pactos de Estado” muchos podríamos preguntarnos qué sentido tiene ir a votar si al final todo gobierno tiene el margen estrecho de actuación que le dan los “pactos de Estado”. Sería algo así como tener un programa socialpopular siendo indiferente el partido que esté en el gobierno, con las consecuencias que esto podría tener.

El verdadero “pacto de Estado” es la Constitución. Una Constitución sí debe ser fruto de un gran pacto de todas las fuerzas, pero proceso constituyente tiene su momento y sobre todo su forma.

Si la Constitución se ha quedado desfasada o no responde a las necesidades, cabe reformarla. Lo que considero que no tiene mucho sentido es ir haciendo “constituciones de tercera” en forma de acuerdos políticos. No niego que puntualmente estos “pactos de Estado” hayan tenido sentido y utilidad, aunque también pienso que el arquetipo, “Los Pactos de La Moncloa”, han sido apresados dentro de la mitología de la Transición. Puede que puntualmente los “pactos de Estado” puedan ser necesarios, pero desde luego no han de convertirse ni en el instrumento de gobierno, ni en el de oposición, ni en el ideal de la vida política.

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