lunes, octubre 08, 2007

Los cargos más molones para los políticos

La ambición forma parte de la vida política desde que se organizaron las prístinas comunidades humanas. Es evidente que el deseo de hacerse con un cargo es connatural a la vida de lo que llamamos un “político”. Un gravísimo error es considerar que todos tienen el mismo tipo de ambiciones, esto es, que todos los políticos anhelan y buscan los mismos cargos. Esto es así en los cargos realmente atractivos, como es la Presidencia o un Ministerio, pero no en los de nivel un poco inferior.

Los políticos con más ambiciones no son precisamente aquellos que buscan una concejalía o un cargo que les dé notoriedad. Al contrario, los políticos con la ambición más álgida y mayor inteligencia procuran construir su carrera sobre puestos con poca notoriedad pero con mucho poder, para hacerse con resortes políticos sin tener que sufrir el continuo escrutinio público. Esto es lo que mola a los políticos: poder y anonimato, porque quién es desconocido para el gran público no corre el peligro de quedarse y siempre está en disposición de ascender a las cuotas más altas como una estrella invitada que llega a cerrar la gala por sorpresa.

¿Qué ejemplos podemos poner para ilustrar los cargos molones? Hagamos una relación, que ni mucho ni menos puede ser ni pormenorizada ni exhaustiva: las subdirecciones generales todas valen, las vicepresidencias de las diputaciones, las asesorías personales de altos cargos, los consejos de administración de las sociedades públicas o puestos directivos en la administración institucional. Tres son las variables que hacen que un sueldo sea más molón que otro: altura en la jerarquía administrativa y consiguiente poder e influencia, salario directo como en dietas y opacidad para los medios de comunicación (el ideal es que ni sepan que el cargo existe).

España es un país que paradójicamente premia más al político escondido que al político que gana elecciones. Por ejemplo, en los Estados Unidos ninguno de los dos grandes partidos hubieran presentado como candidatos ni a Mariano Rajoy ni a Rodríguez Zapatero; el primero no ha ganado nunca nada como cabeza de lista y todos los puestos que ha tenido, incluso la nominación como candidato, han sido por designación directa; el otro estaba especializado en perder elecciones como secretario del PSOE en León, aunque sí tuvo el mérito de ganar a tres candidatos más en un Congreso de un partido tan complejo como es el Partido Socialista.

La política electoral norteamericana tiene aspectos pocos brillantes como son su manía por descubrir cualquier historia sexual de los candidatos o un sistema de financiación de las campañas que tiene agujeros que nadie quiere reparar, pero también tiene virtudes como es preferir a aquel que ha sido alcalde, gobernador y senador a un personaje gris, que toda su trayectoria política ha dependido de la elección directa del “stablishment” del partido correspondiente.

Y es que en nuestro país se confunde mérito y capacidad con cargos opacos para todos y de elección directa. Un político tiene que demostrar o haber demostrado que es bueno para dirigir un gobierno del nivel que sea, porque la capacidad técnica la han de tener los funcionarios a su servicio y es allí donde nunca debería meterse.

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