lunes, noviembre 06, 2006

Teoría del clientelismo político

Mis padres, cuando yo contaba con doce años, por el Día de Reyes, me regalaron una edición con cubierta blanda de Los Doce Césares de Cayo Suetonio. No comprendí las expresiones de “cliente” y “clientela”, y para ello me leí una obrilla divulgativa sobre el mundo romano. Una torpe e irreal conciencia política puede llevarnos a pensar que el fenómeno del clientelismo político era propio del fin de la Roma republicana y ahora de algunas localidades del sur italiano, asoladas por el crimen organizado. Mis siete meses de experiencia en la política local me ha dado a entender que el clientelismo es la forma básica de establecimiento y permanencia en el poder en los municipios que no son grandes ciudades, de las que en España hay pocas.

Hay dos dimensiones del clientelismo político: el externo y el interno. Empecemos por el clientelismo interno, que es el que el patrón político hace hacia el interior de su fuerza política, ganando el favor de los militantes mediante la concesión de cargos orgánicos y políticos, o bien la promesa de estos, así como cuotas limitadas pero respetadas e relativamente independientes de poder a cambio de fidelidad o de cualidades que el patrón no posea. La clientela externa implica tener el poder político o una parte de él y es simple: trabajo y contratos a empresas, además de ornato externo para que los ciudadanos piensen que el líder piensa en ellos.

El patrón debe ser accesible a todos, de manera que cualquier pueda contarle sus cuitas y él debe hacer lo posible, incluso si no lo consigue debe decírselo al interesado, eso sí, echándole la culpa a un agente externo (el clientelismo siempre necesita de un enemigo externo). Tarde o temprano tendrá un grupo de personas enfrentadas a él, pero éstas dan valor, ya que al señalarle como el detentador del poder los demás sabrán a quién acudir, es decir, proporciona nuevos clientes y ellos mismos acabarán pasando por el patrón, de forma que en el momento de la verdad no podrán decir nada.

Cada patrón local intenta garantizar los votos de su población para los comicios y los congresos del Partido en instancias superiores, teniendo esto como consecuencia que la Legislación Local tiene huecos que todo el mundo conoce y utiliza, pero que nadie quiere tapar, porque perdería el apoyo de los patrones locales tanto en los comicios como en los congresos del Partido. De esta manera la red del clientelismo llega a la cúspide del poder político, no porque los patrones locales elijan a los dirigentes nacionales, sino porque ellos son el sostén de las escalas intermedias, que sí son las que elijan a los dirigentes nacionales. Es significativo que los dirigentes nacionales sí intervengan en los candidatos a la alcaldía de las grandes ciudades, pero que no tengan nada que decir sobre los candidatos no sólo en municipios pequeños, sino también en municipios medianos. A pesar de que exista una escala intermedia de dirigentes, el patrón tiene que procurar que algunos de sus patrocinados obtengan puestos intermedios, para allanarle las dificultades y controlar a las escalas intermedias de tentaciones de mando independiente: a cada cual su esfera. El control de la información es fundamental y son los municipios medianos los ideales para ello, ya que cuentan con algunos medios de comunicación propios, como son emisoras locales de radio o una apropiada televisión local; la publicidad institucional es la fuente principal de financiación de estos medios y el patrón la controla para que le sean favorables o al menos no le sean adversos.

¿En qué circunstancias el patrón pierde el poder? Siempre hay patrones emergentes, patronazgos pequeños o grandes intentando hacerse con el poder. El crecimiento de la población es capaz de romper la estructura clientelar en el municipio, a favor de criterios de elección o bien según los servicios o bien según criterios ideológicos. Otro factor de pérdida de poder del patrón puede deberse a la disconformidad de parte de la propia clientela puede hacer que los clientes cambien hacia otro patrón, así como las promesas del patrón emergente. La sucesión debe ser cuidada por el patrón, manteniéndose abierta todo el tiempo posible, pero teniendo a un sucesor designado in pectore, que llegada la hora de una sucesión precipitada tenga ya los resortes necesarios para hacerse con el poder.

En otras tradiciones clientelares el patrón no ocupa ningún cargo político o si lo ocupa es de una relevancia oficial secundaria. Por el contrario la tradición clientelar española, la surgida después de la Transición (que rompe en sus personas con el caciquismo tradicional), pide que el patrón sea la cabeza de la organización, evitándose así que el colocado en esa instancia no quiera ser una marioneta o tire de galones en un momento dado; además da más confianza a los que se incorporan a la clientela que se una en una sola persona el poder real y el legal.

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